Son dos mariposas negras las manos de aquel moreno,
que han surgido de la sombra para libar en el cuero.
Dobla y redobla la lonja oscuro ritmo del tiempo.
En la alegría del parche llora el alma de los negros.
Negros, negros, negros...
Con un latido de selva bajo el látigo negrero,
con un misterio de jungla tejido por hechiceros,
con el bramar de los vientos en gigantes y meneos,
late y late la tambora sufre y jadea el batero.
En los ojos se le encienden las bengalas de su fuego
que van cayendo de a poco en el carbón de sus dedos.
Macumba vienen diciendo los cueros,
vienen diciendo te quiero, te quiero...
La mulata piel canela en el caracol del pelo
junta estrellitas de vidrio y lágrimas de lucero.
La sombra salió a vestirla, le puso su piel de cielo
y le hizo ajorcas y anillos y collares y amuletos,
y esa sonrisa nevada que luce en los labios negros.
En los ojos mamá noche le puso de su joyero
dos blancas porcelanitas con oscuros arabescos.
Van y vienen sus caderas en oleajes de mareo,
movimiento de culebra, brasa quemante del sexo
en cadencias milenarias donde se acunan los besos.
Brilla y rebrilla la luna del metal de su cuerpo
y los dedos que redoblan son diez puñales hiriendo
los poros de aquella hembra, de esa afrodita de ébano.
Hay un miedo de maniguas en ese ritual tremendo.
Macumba vienen diciendo los cueros,
vienen diciendo te quiero, te quiero...
Mira ese sol de mostaza en las marismas hirviendo.
Mira la furia que rompe las palmeras el viento.
Oye los bravos rugidos de las fieras en su celo.
Todo está en esas caderas y el batuque del negro.
¡Bendita raza negra!